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¿Será “Él”?

                                                                                                                                                   Por Mininita
                Con muy pocas ganas de ir, me puse mis mejores colores para ir a visitar  a mi querida amiga (casi una madre). La verdad es que me daba lata salir de casa, pero ya estaba decidido y el compromiso hecho. A Olmué los boletos.
               Besos y abrazos por doquier auguraban una grata tarde. ¡Ufffffffffff!, y comida, eso sí, mucha comida,  lo que no me hacía nada de gracia. Imagínense, yo, comenzando mi “dieta del yogurt” en Fiestas Patrias (genial, sólo a mí se me ocurre). “Vamos”, me dije, sólo probar un poquito.
               En eso estaba, calculando las calorías que tiene una chuleta, cuando de pronto aparece “Él”… mezcla absoluta de macho felino y osito de peluche…. “No está mal”, pensé, pero sólo cruzamos un frío “hola”.
               Hombre, por ende, odioso, de nada sirvieron mis miles de paseos por el lado de la parrilla que, a estas alturas, se había convertido en la compañera inseparable del símbolo de la masculinidad en que se había transformado el hijo menor de la anfitriona (o sea, mi gran amiga-mamá). Bueno, en realidad sí conseguí algo, quedar ahumada, casi un anticucho andante, pero vegetariano,  en honor a la dieta.
               Gran almuerzo, risas pocas, porque los comensales se entretenían en degustar y tragar los manjares típicos de una celebración dieciochera, menos yo, que me sacié con unas hojas de exquisita lechuga. Por esas casualidades de la vida, quedamos sentados uno frente al otro (bien), pero separados por una inmensa columna que dividía la mesa redonda que prepararon para tan alegre ocasión.
               Por fin terminó la tortura del almuerzo y llegó la hora del ansiado café que siempre me espera, acompañado de un grato cigarrillo. Tomé mi humeante taza y me dirigí al patio. En eso estaba cuando… el galán, sí… él, se encontraba frente a mí, pidiéndome fuego con una mirada que se las encargo. Yo, digna –obvio-, ni un músculo me delató y con su misma indiferencia le pasé mi… mi encendedor…
               Para qué contarles lo que vino después… Miles de llamadas por teléfono, noches de interminables conversaciones por chat, caminatas bajo la luna y hasta una declaración en un vagón del metro. “¿Será “Él”?” era mi pregunta; “¿será “Ella”?”, se preguntaba “Él”.
               Y, quién lo diría, ese estandarte de pesadez  se transformó en gatito encantador  que  nunca más se separó de mi lado. Creo que fue bueno el cambio que hice, un encendedor por el corazón de un hombre enamorado (un felino cazador) que se quedó con los ronroneos de esta Mininita, “miau”.

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