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Un valor basado en el honor que no tiene precio de ninguna clase

Por Carolina Castro, Coordinadora Oficina Distrital Diputado Schilling.
                Desde siempre hemos conocido la definición de lealtad como la “obligación de fidelidad que un sujeto o ciudadano le debe al Estado, gobernante, comunidad o a sí mismo”. Es fidelidad.
               La lealtad es un valor que básicamente consiste en nunca darle la espalda a determinada persona o grupo social al que se está unido por lazos de amistad o por alguna relación, es decir, el cumplimiento de honor y gratitud.
               Al decir obligación, no es en el contexto de algo impuesto, adquirido. Más que una obligación, es una característica innata que no todos poseen.
               Lealtad: qué maravilloso concepto, últimamente, muy manoseado y manejado a gusto por intereses banales y egoístas, tanto así que se confunde lealtad con adulación y se ha perdido la capacidad de alzar la voz y decir “lo estás haciendo mal”, generalmente por miedo a perder algún privilegio.
               Hoy, que vivimos la vorágine de la lucha de poderes, de los egos por ocupar un sitio en algún puesto político de nuestro querido país, es cuando más se juega con las lealtades, tanto así que ya ni siquiera  se tiene claro quién es quién. Se ha dejado atrás o se ha cortado el nexo directo con el concepto de “honor” y, por qué no decirlo, gratitud.
               Al ser leales, se debe ser capaz de mostrar al otro o a los otros sus  equívocos, sus errores, sus falencias  y ayudarlo para que las supere, y mostrarle nuevamente el camino correcto.
               Ser leales, no significa correr a ciegas detrás de nuestros líderes, cuando sabemos que no lo hacen bien. No olvidemos que la lealtad es un compromiso en el que tenemos que defender lo que creemos y en quien  realmente, en conciencia creemos.
               Debemos, ya es hora, replantearnos ante nosotros si somos realmente leales, si creemos desde nuestros ideales en quienes nos dirigen, en quienes nos representan. Si somos capaces de decir NO, sin importar el recibir algún tipo de apremio, porque si eso sucede, es  clara señal de que nuestra fidelidad está mal enfocada, que tiene un precio y que  obedece sólo ante presiones, lo que  significa que no es real y lamentablemente se deja de ser uno mismo y, lo que es peor, se pierde la primera lealtad que debemos ejercer… la que nos debemos a nosotros, a  nuestras raíces, a nuestros principios, a nuestro hijos, que aunque suene cliché son el futuro de nuestra patria y los testigos presenciales de nuestro actuar. La lealtad es un corresponder, una obligación que se tiene con los demás y, principalmente, con nosotros mismos.
               La lealtad es un valor sin el cual nos quedamos inevitablemente solos y que debemos vivir desde nosotros antes que nadie, es una gran virtud que se desarrolla desde lo más profundo de nuestras conciencias.
               No olvidemos: la lealtad es un valor  basado en el honor que no tiene precio de ninguna clase.

 

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